Dentro del libro ‘El escarabajo de Wittgenstein y otros 25
experimentos más’, voy a hacer referencia al capítulo titulado ‘E de la
evolución de Darwin’.
En este capítulo Darwin se pregunta si el principio de
selección natural se puede aplicar a la naturaleza. Tras unas cuantas
discusiones sobre jirafas con el cuello largo, Darwin trata de explicar la
forma en que la selección natural obra tras recurrir a ejemplos imaginarios. Un
lobo caza a varios animales, mediante la astucia, fuerza o ligereza; supongamos
que un ciervo, que es más ligero, hubiese aumentado en números de individuos
por un cambio en el país o que otra presa hubiese disminuido durante la
estación del año en la que el lobo estuviese más apurado por la comida.
A ello Darwin responde que los lobos más veloces y más
ágiles tendrían mayores probabilidades de sobrevivir y de ser así conservados o
seleccionados.
Fleeming Jenkins, de la universidad de Edimburgo, señaló que
el hecho de que este tipo de rasgos puedan trasmitirse es discutible puesto que
la naturaleza no promueve las diferencias individuales.
Tras esta afirmación por parte de Jenkins, Darwin se
pregunta si entonces la evolución está muerta. Darwin se contesta diciendo que
el énfasis cambia de un efecto individual hacia un efecto más colectivo.
Me dispongo ahora a reflexionar sobre la teoría de la
selección natural de Darwin. Según lo explicado en este capítulo, se
transmitirían de generación en generación aquellas características comunes que
puedan poseer las diferentes especies. Sin embargo, aquellas características
que sean individuales y no colectivas, va cambiando poco a poco hasta llegar a
ser características de efecto colectivo.
Como conclusión; cabe destacar que es muy importante y, a la
vez, sorprendente este planteamiento de Charles Darwin ya que nos ayuda a
comprender de una forma más sencilla y facilitándolo con ejemplos cómo se van
transmitiendo las características de una especie determinada a lo largo del
tiempo y cómo es posible esa evolución.